Correr debería ser una fuente de libertad, alegría y reconexión con el propio cuerpo. Sin embargo, para muchas mujeres, este simple acto sigue generando aprensión. Al reunirse para correr, esperaban redescubrir la serenidad. Sobre todo, sacaron a la luz una realidad que aún se ignora con demasiada frecuencia.
Correr juntos para sentirnos más fuertes
Originalmente, estos clubes de corredoras surgieron de una necesidad profundamente positiva: recuperar la confianza en sus cuerpos, sus capacidades físicas y su lugar en los espacios públicos. Correr juntas significa compartir el esfuerzo, animarse mutuamente, sentir la energía colectiva y celebrar cuerpos poderosos y vibrantes en movimiento. En Londres, Nottingham y Lewisham, estos grupos encarnan una visión inclusiva del deporte, donde cada mujer es valorada, independientemente de su ritmo, tipo de cuerpo o nivel físico. Sin embargo, esta burbuja de apoyo comienza a resquebrajarse rápidamente al enfrentarse a las realidades de la calle.
Cuando el acoso interfiere con el esfuerzo
Molly Slater-Davison fundó "These Girls Run" en 2021 con la idea de que la unión protege. Correr sola de noche la llenaba de ansiedad; correr juntas buscaba aliviar ese miedo. Sin embargo, incluso a plena luz del día, incluso en grupo, los comentarios sexuales, los insultos y los gestos inapropiados son comunes. A las corredoras las silban, las llaman y las miran fijamente. Sus cuerpos son objeto de crítica. El contraste es marcado: por un lado, las mujeres se centran en el placer del movimiento; por el otro, el abuso verbal estalla sin previo aviso y destroza el momento.
Ver esta publicación en Instagram
Figuras y estrategias de supervivencia
Testimonios recopilados en todo el Reino Unido revelan una realidad inquietante. Un número significativo de corredoras denuncian haber sido escupidas, seguidas o amenazadas. Algunas explican que corren con reflejos defensivos: llevan llaves, gas pimienta, alteran sus rutas. Estas estrategias no son "exceso de precaución", sino adaptaciones a un clima de inseguridad que casi se ha normalizado. La paradoja es sorprendente: el deporte, que se supone que fortalece la sensación de control sobre el propio cuerpo, obliga en este caso a las corredoras a anticiparse al peligro.
En Lewisham, Emily Hewitt creó "Ladies Who Run" para ayudar a las madres a recuperar sus cuerpos después del embarazo. Correr les ayuda a sentirse fuertes, resilientes y orgullosas de los cuerpos que les dieron vida. Sin embargo, incluso allí, el acoso es generalizado: comentarios sexualizados, hombres que reducen la velocidad en sus coches, silbidos humillantes. Durante una sola sesión de entrenamiento, varios grupos fueron atacados simultáneamente. Estas mujeres no crearon estos clubes para exponerse juntas a la violencia, sino para apoyarse mutuamente y reconstruir sus vidas.
Un miedo banalizado, una responsabilidad mal atendida
Desde hace tiempo se ha aconsejado a las mujeres no correr solas, como si la solución dependiera exclusivamente de ellas. Sin embargo, estas experiencias demuestran que ni siquiera la dinámica de grupo siempre es suficiente para disuadir el comportamiento sexista. Ante la conmoción, muchas no piensan en denunciar. El reflejo es alejarse, proteger al grupo y seguir adelante. Las autoridades afirman tomarse en serio estos incidentes y apoyan iniciativas educativas destinadas a concienciar sobre el comportamiento respetuoso e identificar las zonas de riesgo. Sin embargo, aún queda mucho camino por recorrer.
A pesar de todo, estas mujeres perseveran. Corren una y otra vez. Ocupan el espacio, orgullosas de sus cuerpos, su fuerza, su determinación. Cada paso es una afirmación: sus cuerpos merecen respeto, su presencia es legítima, su libertad es innegociable. Estos clubes, más allá del deporte en sí, se han convertido en símbolos. Comunidades donde se celebra el movimiento, la solidaridad y la confianza en sí mismas.
