Mientras todos empiezan a escribir sus propósitos de Año Nuevo, la dieta vuelve a encabezar la lista. Sin embargo, aunque la grasa abdominal es constantemente demonizada y estigmatizada por la presión social, desempeña un papel importante en la salud cerebral. Además de ser un cómodo cojín para tu pareja y brindar una excelente protección a tus órganos, tu vientre suave y redondo protege tu cerebro.
La grasa abdominal, que es buena para el cerebro
Con la llegada del nuevo año, es momento de reflexionar y hacer promesas sabias. Te comprometes solemnemente a hacer más ejercicio, leer más libros, unirte a una organización benéfica y afrontar todos los retos de tu lista de tareas de la adolescencia (esos que siempre pospones). Como el 20% de las personas, quizá quieras bajar dos o tres tallas de vaqueros y ajustarte a los estándares. Sin embargo, esa grasa abdominal, que tanto te causa frente al espejo y que los medios condenan de pasada, puede ser útil y beneficiosa para tu cerebro.
Además de actuar como un chaleco antibalas viviente y permitirte más abrazos, la grasa abdominal contiene un ingrediente valioso. Investigadores de la Universidad de Toho en Japón han estado estudiando una proteína clave para nuestra inteligencia: el BDNF. Tras este nombre un tanto intimidante se esconde un verdadero conductor del cerebro. El BDNF ayuda a las células cerebrales a desarrollarse, sobrevivir y comunicarse eficazmente entre sí. Es esencial para la memoria, el aprendizaje e incluso la regulación del estado de ánimo. El problema es que los niveles de BDNF disminuyen naturalmente con la edad. El resultado: menor agudeza mental, mayor dificultad para concentrarse y, en ocasiones, mayor vulnerabilidad emocional.
Cuando la grasa visceral se vuelve protectora
Aquí es donde viene la sorpresa. El estudio muestra que la grasa visceral produce una proteína llamada CX3CL1. Esta molécula desempeña un papel directo en el mantenimiento de niveles saludables de BDNF. En otras palabras, cierta cantidad de grasa abdominal contribuye al correcto funcionamiento del cerebro.
En ratones jóvenes, esta grasa produjo altos niveles de CX3CL1, lo que favoreció una excelente función cognitiva. En ratones mayores, esta producción disminuyó drásticamente, similar a lo observado en humanos con envejecimiento cerebral. Aún más sorprendente, cuando los investigadores aumentaron artificialmente esta proteína en ratones mayores, sus niveles de BDNF mejoraron.
Por qué “más delgado” no significa “más inteligente”
Además de reforzar la autoimagen, este estudio desafía las creencias arraigadas sobre los cuerpos con curvas. En el imaginario colectivo, la grasa abdominal se asocia inevitablemente con el colesterol, problemas cardíacos y otros problemas de salud. Para muchos, es un indicador de abandono, la prueba visible del deterioro de la salud. Y este estudio, si bien reconoce los aspectos negativos del exceso de grasa, también destaca sus beneficios.
La idea no es promover la obesidad, sino simplemente ver más allá de las apariencias y comprender mejor cómo funciona el cuerpo. Se trata de equilibrio, no de control extremo ni de abandonar por completo los hábitos alimenticios.
Un mensaje positivo sobre el cuerpo… y científico
Este estudio nos recuerda que el cuerpo no es simplemente un objeto estético, sino un sistema inteligente, complejo y adaptativo. La grasa no es un defecto moral, ni un fracaso personal, ni siquiera una aberración estética. Cumple funciones biológicas específicas, a veces vitales.
Este descubrimiento nos anima a reconciliarnos con nuestra barriga, a menudo fuente de inseguridad , y a apreciar mejor los momentos epicúreos del invierno. Estos pocos centímetros cuadrados de grasa, que la industria de la moda estigmatiza en cada desfile y que los medios intentan desterrar a partir del 1 de enero, no son "demasiado". Cumplen un propósito invisible pero muy real. No se trata de glorificar el exceso, sino de comprender que la salud no se mide solo por la cintura. Desde el momento en que el cuerpo...
En resumen, tu inteligencia no se mide con la báscula. Y a veces, esa barriguita que miras con tanta atención trabaja en silencio... para tu cerebro.
