Hay tradiciones que apreciamos sin pensarlo mucho, y otras que adoptamos casi automáticamente, convencidos de que nos simplifican la vida. Este es precisamente el lamentable destino de las listas de Navidad tan detalladas de hoy en día. ¿Y si, sin querer, estás privando a tus fiestas de lo que las hace verdaderamente mágicas?
La tentación de la lista de deseos perfecta
Cada año, con la llegada del Black Friday, comienza el frenesí de las compras de regalos. Tiendas abarrotadas, un aluvión de promociones, cuentas bancarias en pausa… y, en este torbellino, una costumbre ya consolidada: enviar la lista de deseos a los seres queridos. No una lista hecha a toda prisa, no. Más bien, una versión 2.0, diseñada en apps donde cada deseo viene acompañado del modelo exacto, el color ideal y, a menudo, un enlace para comprar sin siquiera levantar la vista. Una forma eficaz, sin duda, de evitar decepciones bajo el árbol, pero que plantea una pregunta crucial: al intentar simplificar demasiado las cosas, ¿no hemos diluido el verdadero espíritu navideño?
La sorpresa, esa pequeña emoción olvidada
Esta es, al menos, la advertencia de Benjamin Muller en "¡Bonjour! La Matinale TF1". Al periodista le preocupa la desaparición de la sorpresa, esa pequeña emoción que hace de la Navidad una época especial. Según él, estas listas excesivamente estructuradas le restan sentido a la idea de regalar. Regalar, nos recuerda, es sobre todo un acto reflexivo, casi artesanal, que requiere tomarse el tiempo para pensar qué iluminaría los ojos de la persona que amas. No es solo un clic en un carrito de compra virtual.
Devolviéndole sentido al acto de dar
Al destacar las desventajas de estas nuevas aplicaciones de listas de deseos, Benjamin Muller señala algo fundamental. Un regalo elegido con esmero por un ser querido es un gesto significativo. Cuenta una historia, evoca un recuerdo compartido, revela un rasgo de carácter notable o evoca un gusto personal. Cuando todo está claramente definido, hasta el enlace exacto para realizar el pedido, se convierte más en un simple intercambio de favores que en un momento genuino de emoción. Una especie de transacción donde el gesto pierde su calidez a cambio de la eficiencia.
La magia de la intuición y la creatividad
Benjamin Muller aclara, sin embargo, que las listas infantiles siguen siendo sagradas. Son un ritual dulce y preciado que marca el ritmo de la infancia y, en el proceso, reaviva el nuestro. Cada año, más de un millón de estas cartas llegan al taller de Papá Noel. Tras esta avalancha de deseos se esconde una tierna experiencia de aprendizaje: el niño descubre la escritura, expresa sus deseos y explora su creatividad. Es un acontecimiento formativo que merece ser preservado.
Sin embargo, para los adultos, vale la pena preguntarse: ¿Qué tal si les añadieras un toque inesperado a tus regalos? Te sorprendería la alegría que aporta, tanto a quien lo regala como a quien lo recibe. Elegir un regalo es una aventura en sí misma: te preguntas qué les conmueve, qué les divierte, qué les acompaña en su día a día. Buscamos un objeto que refleje nuestra relación con esa persona o personas. Este proceso es, en definitiva, más importante que el regalo en sí.
En resumen, la Navidad nunca ha sido una competición por la organización perfecta. No es una carrera por encontrar el regalo más adecuado ni una caja registradora. La verdadera Navidad, la que conmueve, es un momento para compartir, cariño genuino y alegría sencilla. También es una oportunidad para ser creativo, pensar con originalidad y dar un poco de uno mismo. Así que, este año, ¿por qué no dejar atrás las listas de deseos tan precisas?
