Tu cabeza piensa "no", pero tu boca dice "sí". No es solo cortesía ni buenos modales. No es solo tu amabilidad la que habla. Por eso la palabra "sí" sale con naturalidad incluso cuando quieres acurrucarte bajo el edredón con un forro polar y una bolsa de agua caliente.
La paradoja de Abilene, la explicación de tu “sí”
Aceptas invitaciones a fiestas aunque preferirías darte un atracón de chocolate frente a Netflix, y reorganizas tus planes de una noche tranquila en casa para asistir a la fiesta de despedida de un compañero al que solo has visto una vez en toda tu carrera. Incluso después de haberte saciado de interacción social, no te atreves a rechazar una invitación. Dices "sí" automáticamente, sin pensarlo mucho. En el fondo, sabes que te arrepentirás de tu decisión, pero la palabra "no" no está en tu vocabulario. Casi suena irrespetuoso viniendo de ti.
Quizás inventes excusas bastante flojas, como decir que tu gato está enfermo o que tu madre vino de visita inesperadamente. Sin embargo, eres constante, y eso no es ni una admisión de debilidad ni una muestra de excesiva amabilidad. Tienes el síndrome del "sí", o mejor dicho, sufres la paradoja de Abilene. Tranquilo, no es patológico ni contagioso. "Una situación en la que un grupo toma una decisión que nadie quiere realmente, pero que todos aceptan para preservar la paz social o porque creen ser los únicos que piensan diferente. Entonces se ponen del lado de la... supuesta mayoría", explica la psicóloga Claire Petin en un revelador video de Instagram.
Un ejemplo concreto: no tienes ningún deseo de repetir el incómodo amigo invisible de tu empresa hipócrita, pero das un "sí" colectivo para mantener la armonía del grupo. La paradoja de Abilene es típica del mundo profesional y de la adolescencia. Prefieres decir "sí", aunque te irrite, antes que convertirte en la oveja negra del grupo.
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El síntoma común de los "complacientes"
Si dices "sí" cuando el "no" te da vueltas en la cabeza, no es solo para integrarte y mantener una buena imagen con tus compañeros. También refleja falta de confianza : el deseo de causar una buena impresión para compensar la baja autoestima y darte seguridad. Eres lo que se conoce en la jerga como "complaciente". Esto significa que buscas constantemente la validación externa y solo reconoces tu valor a los ojos de los demás. Esto puede indicar inseguridad personal, un profundo miedo al abandono o provenir de una infancia privada de afecto.
Como explica la psicóloga, este "sí" constante también está vinculado a varios sesgos. "El sesgo de deseabilidad social, que nos impulsa a querer agradar y ser percibidos positivamente. El sesgo de conformidad, que nos hace adherirnos a la opinión dominante para no ser excluidos. La ilusión de la mayoría, que nos hace creer que 'todos piensan igual', y la disonancia cognitiva, esa incomodidad interna cuando nuestras acciones van en contra de nuestras convicciones".
La urgente necesidad de recuperar la palabra “no”
Decir "no" sin recurrir a frases rebuscadas ni excusas ensayadas es un ejercicio delicado. Esas tres letras, que contradicen el "sí", te parecen casi prohibidas. Probablemente tengas miedo de herir a la otra persona y parecer antisocial o desagradable. El "sí" es la salida fácil para no dañar tu imagen. Sin embargo, pasas tanto tiempo complaciendo a los demás y satisfaciendo todos sus caprichos que descuidas tu propia vida. Y eso, a la larga, es agotador.
"Aceptar demasiadas obligaciones es fuente de estrés y ansiedad, debido a todos los compromisos que debemos cumplir. Esta sobrecarga puede llevarnos a volvernos injustamente irritables", advierte la psicóloga social Susan Newman en el HuffPost. Decir "sí" esperando que la otra persona perciba tu incomodidad no funciona. Por el contrario, un "no" respetuoso crea un marco claro y tranquilizador para todos. Cuanto más practiques, más natural se volverá este gesto y menos culpa sentirás. Solo tienes que empezar a lograrlo.
Los psicólogos lo saben mejor que nadie: los límites no son muros, sino puertas. Te muestran cómo acceder a tu espacio sin hacerte daño. Y establecer límites no se trata de decepcionar a los demás; se trata de finalmente respetarte a ti mismo. Aunque la palabra "no" parezca dura, lo realmente duro es ese "sí" forzado. Decir "no" a una fiesta de última hora a cuarenta minutos en tren no te convierte en un monstruo despiadado, simplemente en alguien con otras prioridades: su propio bienestar .
